Chopper es un película feroz, contundente, cínica, de esas que impactan por sus impredecibles golpes a la cabeza -y al estómago- del espectador. El director, el neocelandés Andrew Dominik, toma elementos de géneros y subgéneros como el policial, el formato “carcelario”, el documental, el gore y la comedia negra para bosquejar el urticante retrato de este legendario personaje.
Envuelto en atmósferas oscuras, con una excelente fotografía tapizada de rojos, azules y verdes saturados, el film provoca verdadero estupor en las escenas de violencia más cruda. El realizador trabaja en el límite, desafiando el buen gusto, borrando las coordenadas de lo verosímil, como queda evidenciado durante la escena en que un prisionero apuñala en el estómago al protagonista. Varias puñaladas, sucesivas y profundas, penetran el cuerpo de Chopper. Pero éste, lejos de morir, parece no reaccionar. Observa a su enemigo, sigue hablando, bien firme sobre sus pies, y recién luego de largos y agónicos minutos, comienza a tambalear. La sensación de incomodidad es terrorífica. Entre la sangre y las risas nerviosas, Chopper combina imágenes de una aspereza à la Abel Ferrara, con algunos firuletes visuales al peor estilo Guy Ritchie-Danny Boyle, caprichos que sólo delatan a un Dominik demasiado convencido de su genialidad.
La ficción está construida desde la paranoia del protagonista, un recurso similar al que utilizó Mary Harron en Psicópata americano. El punto de vista de Chopper dicta las leyes de la historia, como si fuera un juego de escenas aleatorio donde resulta imposible distinguir los sucesos reales de los imaginados. Por eso el relato tiene una estructura episódica, que alterna viñetas narrativas interesantes con otras menos logradas. En definitiva, Chopper es una película de pinceladas impresionistas sobre un hombre tan violento como contradictorio. Un criminal que tiene un único y abominable objetivo: mantener su reputación de asesino.
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