Al menos por ahora, y hasta que la ciencia proponga lo contrario, se sabe que el talento no se transmite a través de los genes. Lawrence Kasdan es uno de los grandes directores-guionistas del cine norteamericano, especialmente en el campo de la comedia dramática, con títulos emblemáticos de los años ’80 como Reencuentro (The big chill, 1983) y Un tropiezo llamado amor (The accidental tourist, 1988). La visión de estas películas -y de otras también notables como French Kiss (1996) y Mumford (1999)-, genera siempre esa rara sensación de estar flotando… algo parecido a la felicidad. Las películas de Kasdan son sofisticadas, diáfanas y sutilmente optimistas, pero no por eso dejan de ser profundas. Lástima que Kasdan Junior no heredó de su padre esa indispensable plasticidad a la hora de narrar su propia historia.
Entre Mujeres (In the land of women) tiene como eje a Carter Webb (Adam Brody), muchacho de 26 años que vive en Los Angeles y acaba de ser abandonado por su bella novia. En tren de tramitar el duelo amoroso, Carter decide viajar a Michigan para pasar un tiempo cuidando de su abuela Phyllis (Olympia Dukakis en el rol de anciana gagá). En este apacible barrio suburbano, el joven se relaciona con las mujeres que viven justo frente a la casa de la abuela: Sarah (Meg Ryan) y su hija Lucy (la ascendente Kristen Stewart). Sarah está enferma y se siente sola, por lo que Carter representa para ella a un buen compañero de caminatas y catarsis, mientras que Lucy lo aprovecha para canalizar las dudas y fantasías típicas de la adolescencia. En este cuadro también tiene un lugar la hija menor de la familia, Paige (Makenzie Vega), que juega a ser la niña locuaz con intervenciones lúcidas (nuevamente el cine utiliza a una pequeña “sabelotodo” -caso Pequeña Miss Sunshine- como remate para las escenas que se adivinan flojas).
En líneas generales, Entre mujeres podría definirse como una película sin demasiadas pretensiones que por momentos resulta agradable. Tampoco puede exigirse a Jon Kasdan que equipare la calidad del cine de su padre cuando recién se está iniciando en estas lides. Lo que sucede es que de tanto empeñarse en ser amable, el relato termina perdiendo toda densidad. Los personajes no llegan a tener carnadura porque están demasiado aferrados a la fórmula dictada por el guión; los actores (Ryan especialmente) parecen no estar convencidos de las líneas que recitan, y eso es un escollo importante para un film que se apoya principalmente en los diálogos.
Por otro lado, al protagonista le cuesta reprimir su mirada de pillo para imponer un rostro de joven maduro y misterioso, y si bien hay que reconocer que Adam Brody tiene encanto -ya desplegado en la serie de televisión “The O.C.”-, es evidente que no se siente cómodo en el papel de “consejero espiritual” que el realizador le adjudicó en este película. En síntesis: Entre mujeres intenta forzar tanto las risas como las lágrimas del espectador, sin concretar ninguna. Por eso mismo, convendría sugerirle a Jon que antes de probar con un segundo proyecto en el cine, se dedique a tomar algunas lecciones con papá Lawrence.
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