“Vendrá el día en que ya no te reconocerás en el espejo”, dijo Petrarca alguna vez. Ese día llega para todos, de forma inexorable, confirmando que probablemente lo mejor quedó atrás. Hace ya un largo tiempo que el espejo no le devuelve a Maurice Rusell (Peter O’Toole) la imagen del galán que supo conquistar escenarios y pantallas. Pasada la época de gloria, ahora apenas lo convocan para interpretar papeles menores. Es que Maurice está viejo. Es plenamente conciente de eso, al igual que sus amigos Ian (Leslie Phillips) y Donald (Richard Griffiths), con quienes suele reunirse en los bares de Londres para compartir unos cuantos tragos, añoranzas y saladas ironías. No faltan los autorreproches, ni los achaques propios de quienes ya cumplieron 70, ni la asfixiante cercanía de la muerte, pero estos “señores mayores” saben asumir el crepúsculo con humor y lucidez. Y es esta afabilidad en la pintura de la vejez lo que convierte a Venus en una película amena y respetable, lejos de la condescendencia y la opresión lacrimógena.
En paralelo a los encuentros que el protagonista mantiene con sus amigos y con su ex mujer (Vanessa Redgrave), el film narra la ambigua relación que establece con Jessie (Jodie Whittaker), una joven de 20 años que un día llega a la ciudad para instalarse en casa de su tío abuelo Ian. La muchacha es anodina, arisca, inculta, pero es hermosa y a Maurice lo deja flechado como un adolescente. Prisionero en su cuerpo decrépito, él deberá contentarse con ser su compañero de paseos, charlas y cafés, hasta que ella le permita algún casto contacto con su piel. Durante una visita a un museo, ante la contemplación de “La Venus del espejo” de Velásquez, Maurice decidirá apodar a la joven con el nombre de la diosa del amor y la belleza.
Si bien la idea central remite de inmediato a “Lolita”, no es la intención del director Roger Mitchell reeditar la clásica historia de Nabokov, cuyo protagonista es claramente un hombre perverso. Por el contrario, Venus inspecciona la psicología de un personaje más templado, deseante pero contenido, embargado por la enorme tristeza que significa anhelar lo imposible. Porque está claro que no es solo el cuerpo perfecto de la mujer lo que Maurice admira fascinado, sino también su hiriente juventud. “Como en el amor, en la vejez las cosas son cuando ya no son más”, escribió Pablo E. Chacón en su libro Los otros, dedicado al tema de la soledad. Llegar a viejo no implica haber aprendido a dominar las crueldades de Eros. Esa es la verdad incómoda que la película trata de explorar.
Partiendo de un guión del novelista Hanif Kureishi ("Intimidad"), Mitchell confecciona un film atractivo, que no deslumbra desde lo visual pero se las ingenia para regalar diálogos filosos, escenas sugerentes y más de una situación perturbadora. Increíblemente, lo menos logrado es el personaje de Jessie, a quien le falta la gracia necesaria para ser el genuino objeto de adoración que la película reclamaba. En defensa de la debutante Jodie Whittaker hay que reconocer, sin embargo, que sería imprudente pretender igualar en carisma al actor de Adiós, Mr. Chips. En definitiva, Venus es una obra concebida para él.
Peter O’Toole devora con fruición toda la impotencia de Maurice y la transforma en magia. Juega a interpretar su propio ocaso, y parece saborearlo, aunque no pueda disimular su andar fatigado, su dicción temblorosa y ese resplandor amargo que cada tanto surca su mirada. Por este trabajo el actor irlandés recibió su octava nominación al Oscar, un premio que jamás ganó…
O’Toole está viejo y sería impertinente pedirle que aguante, que espere, que ya va a llegar. Porque Peter, como Maurice, en el fondo sabe que hay cosas que ya no pueden ser.
No hay comentarios:
Publicar un comentario