Este film representa la segunda parte de una serie que el director francés denominó “Trilogía del duelo”, que comenzó en 2000 con la inquietante Bajo la arena, en la que Charlotte Rampling no lograba aceptar la muerte de su marido desaparecido. En Tiempo de vivir (Le temps qui reste) la cuestión es asumir la propia muerte.
Cuestión nada sencilla, por cierto, menos si apenas se tienen 31 años como Romain (Melvil Poupaud). De él solamente sabemos que comparte su cama con otro hombre y que se dedica a la fotografía, cuando enseguida recibimos la noticia: tiene un tumor muy expandido en su cuerpo y le quedan pocos meses de vida. Las posibilidades de recuperación son tan ínfimas que Romain decide evitar cualquier tratamiento y no contarle a nadie lo que sucede. El espectador es su único cómplice, por lo que resulta imposible no acompañarlo en este trance.
Es entonces cuando el protagonista empieza a develar sus oscuridades: abandona a su pareja de forma caprichosa, abusa de las drogas, agrede a su hermana durante una cena familiar y deja bien en claro que los niños no le gustan. Romain es individualista, arrogante, infantil. Le toca despedirse del mundo cuando ni quisiera había comenzado a crecer. Tiene que morir y parece ser una persona que nunca necesitó preguntarse qué significa vivir. Pero el final es un hecho y Romain, de una manera muy íntima, buscará hacer las paces con los suyos, y con él mismo.
Lo mejor del film es el tono ajustadísimo con el que François Ozon construye la psicología del personaje. Jamás cae en el desborde sensiblero, sin por eso eludir los elementos típicos del género: están las lágrimas de Romain, la nostalgia que destilan las fotos viejas, los flash-backs con imágenes de la infancia. Cada confesión, cada gesto, cada mirada evadida, adquieren de inmediato una importancia radical en esta historia, ya que podrían ser las últimas. Y aunque la amargura campea indefectiblemente, Ozon consigue delinear una película plena, llena de luz, en donde el contemplativo rostro del protagonista se ennoblece muchas veces en primerísimos primeros planos bañados de sol y energía.
Además de la puntillosa interpretación de Melvil Poupad -a quien muchos recordarán como el adolescente confundido de Cuento de verano, de Eric Rohmer- Le temps qui reste merece verse aunque solo sea por la estupenda escena en la que Romain se encuentra con su abuela, personificada por Jeanne Moreau, la única persona a quien él se anima a revelar su condición terminal. “¿Por qué me elegiste a mí?”, pregunta la abuela. “Porque al igual que yo, morirás pronto”, responde él, sintetizando en esa frase el porte certero y transparente que define al film en su conjunto.
"No quería filmar la enfermedad. Quería ir a lo esencial sin ostentación", señaló el director sobre este trabajo. Con solo 40 años, François Ozon es hoy uno de los más prolíficos y versátiles realizadores del cine actual. Llegó al público internacional con 8 mujeres y La piscina, títulos que si bien tienen su cuota de desparpajo y ambigüedad, hoy no pueden leerse más que como simpáticos ejercicios de superficie. En comparación, películas como Bajo la arena, Vida en pareja y Tiempo de vivir se instalan en la memoria con mayor contundencia y prueban que el oficio de Ozon está destinado a fulgurar en el melodrama contemporáneo.
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