martes, 4 de septiembre de 2007

El Crimen del Padre Amaro, de Carlos Carrera

Polémica, escándalo y controversia son términos afines que escoltaron desde el principio la campaña publicitaria de El Crimen del Padre Amaro, film mexicano que logró un inusitado éxito de taquilla en su país de origen y que probablemente obtenga una nominación al Oscar el próximo mes. La película propone, básicamente, una mirada crítica sobre la vetustez doctrinaria y la corrupción de la Iglesia Católica. Pero su real capacidad para activar la mentada polémica, desbaratar la escala de valores establecida o al menos provocar un ínfimo escozor, depende sobre todo del imaginario del público que la recibe.

El espectador argentino, acostumbrado ya a los mediáticos “pecados” de los religiosos vernáculos y conocedor de la nefasta connivencia de la Iglesia con las dictaduras asesinas, no puede sorprenderse ni alarmarse ante los hechos narrados en el film. Uno presume que en el México profundo, donde el culto católico aparenta ser más firme, una historia de este tenor podría resultar novedosa o audaz. Sin embargo, las reseñas que allí deparó la película tampoco denotan asombro ni desmedidas ofensas. Lo cual confirma que todos, en cualquier parte del mundo, sabemos perfectamente que estas prácticas clericales -y otras todavía peores- tienen cabida en la realidad. Lamentablemente, El Crimen del Padre Amaro, si bien consigue una aceptable descripción, carece de la potencia necesaria para convertirse en una verdadera denuncia.


El film, quinto largometraje del realizador Carlos Carrera, está inspirado en una novela que el escritor portugués José María Eça de Queiroz publicó en 1875. El guionista Vicente Leñero adaptó la trama a la actualidad, aunque en la película no hay ninguna referencia histórica explícita. La acción comienza cuando el Padre Amaro (Gael García Bernal), especialmente recomendado por el Obispo (Ernesto Gómez Cruz), viaja al pequeño pueblo de Los Reyes para integrar la parroquia del Padre Benito (Sancho Gracia). En el lugar Amaro se vincula con tres personas que hacen tambalear su fe: Benito, cura ortodoxo en el discurso pero ambiguo en sus costumbres; la catequista Amelia (Ana Claudia Talancón), una bella adolescente que pronto se enamora del sacerdote recién llegado; y el Padre Natalio (Damián Alcázar), quien defiende la Teología de la Liberación y trabaja en la sierra con una comunidad de campesinos y guerrilleros. El lazo de Benito con el narcotráfico permite desnudar la hipocresía de la Iglesia y su tráfico de influencias, mientras que la relación con Amelia impone la pregunta por el sentido del celibato. Al mismo tiempo, el pensamiento revolucionario de Natalio cuestiona la responsabilidad de la institución frente a la miseria social imperante en el país. El guión plantea estos complejos temas pero no logra ir más allá de la simple exposición.

Desde una rígida linealidad narrativa, el director pone todas las cartas sobre la mesa y se conforma con eso, sin animarse a jugarlas, sin arriesgarse a atravesar los conflictos para abrir una discusión ideológica que instaure una hipotética posibilidad de cambio. Hacia el final, la línea política del film se disuelve en una nebulosa de apuntes cínicos. Y el recatado humor de las primeras secuencias desaparece cuando el relato cobra un tono adusto y una impronta convencional que contraen la energía combativa que la historia reclamaba. El impacto emotivo es mucho más débil de lo esperado y se extraña el nervio trágico de un Arturo Ripstein (El Santo Oficio, El evangelio de las maravillas), cuyo padre, Alfredo Ripstein, es productor de la película.

Las actuaciones y la gracia de algunas escenas bien resueltas salvan a El Crimen del Padre Amaro del completo descalabro. En los personajes secundarios hay ciertos hallazgos, como por ejemplo la bruja Dionisia (Luisa Huertas), representante del arraigo de la religión y el esoterismo en las comunidades de provincia. Los intérpretes fueron bien elegidos, especialmente la pareja protagonista: la intensa Ana Claudia Talancón y el notable Gael García Bernal. Es en la curiosa construcción del personaje de Amaro en donde la película encuentra un fuerte punto a favor. Sus reacciones frente a los hechos oscuros que observa no son precisamente cándidas y esto hace que su progresión dramática sea difícil de predecir. El joven que parecía tímido y fiel a la palabra de Dios no tarda demasiado en develar un costado manipulador y oportunista. Nadie más indicado para este papel que el actor de Amores Perros, con su rostro tierno y esa mirada tan diáfana como sensualmente perversa.

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