Carmen y Lola (España, 2018)
Dirección:
Arantxa Echeverría Sección: Pasiones
Vigilia en agosto (Argentina, 2019)
Dirección: Luis María Mercado
Con
sus gestos expresionistas, con esa cadencia enérgica tan propia de
su forma de hablar, gitanas y gitanos siempre parecen estar
inyectándole melodrama a sus palabras y a sus cuerpos, como si en
cada diálogo -incluso en el más inocuo- pusieran en juego toda su
sangre. Escribo esto y sé que podría ser acusada de reduccionista debido a mi mirada de paya. Por suerte vi Carmen y Lola sin haber
leído las polémicas que rodearon el lanzamiento de la película,
que fue fervientemente rechazada por grupos de militantes feministas
gitanas para quienes el guión reproduce estereotipos folklóricos,
sexistas y racistas. No creo que la película merezca esos ataques tan fundamentalistas.
El principal atractivo de Carmen y Lola nace de su vocación antropológica: las protagonistas son dos adolescentes que viven en la periferia de Madrid, y el film nos lleva a conocer de cerca la comunidad gitana a la que pertenecen. El ojo y el oído de la directora Arantxa Echeverría registran ese universo con curiosidad, absorbiendo su gracia y su musicalidad, sobre todo en la primera parte del relato, en donde vemos cómo los personajes trabajan en la feria de frutas y verduras, y cómo se preparan para el gran acontecimiento: “la pedida” de Carmen, una fiesta en la que una familia pide formalmente la mano de la hija de otra familia, sin que los novios se conozcan previamente. Un matrimonio arreglado. Pues sí: las familias gitanas tradicionales detentan un conservadurismo ancestral y son esencialmente machistas. Por su parte, Lola quiere huir del destino al que su género la condena: “Por ser mujer solo puedo tener hijos, tener marido, tener casa para fregar". Pero Lola no cede. Sobre la defensa y celebración de ese deseo se construye esta película.
Rosy Rodríguez y Zaira Romero, las chicas que encarnan respectivamente a Carmen y Lola, no tenían experiencia en la actuación, al igual que gran parte del elenco. Ellas le aportan mucha sensualidad y frescura a una película que elige principalmente la senda del realismo, aunque también se deja contagiar a conciencia por ciertas efervescencias kitsch que emanan de la historia (brillos en las ropas, joyas abundantes, siluetas de aves como metáfora de libertad). Podría cuestionarse que la estética por momentos se acerca demasiado al filo de lo publicitario, y que en su último tramo la narración pierde fuerza al no hallar una resolución convincente. Intuyo que la realizadora decide apostar por cierto sabor a cuento de hadas para que la sensación de vitalidad le gane en nuestro recuerdo a la desilusión claudicante.
En el film argentino Vigilia en agosto también hay una boda en curso. La historia transcurre en una pequeña ciudad de la provincia de Córdoba muy ligada a la producción agrícola. La joven Madga, que trabaja como docente y colabora con la iglesia local, va a casarse en pocos días con Marcelo, “El Gringo”, que es patrón de una fábrica de granos. En esa comunidad sumida en la lógica del patriarcado, las pulsiones fascistas, los chismes dañinos y las supersticiones, Magda empieza a percibir ciertas señales del entorno que le generan dudas y temores. Algo pasó con un operario en la fábrica, un accidente laboral que su futuro marido prefiere encubrir.
Todo el relato se circunscribe estrictamente al punto de vista de la protagonista (Rita Pauls, excelente), con un dispositivo narrativo que le permite al director Luis María Mercado potenciar el rol del sonido y explotar así la ambigüedad de diversas acciones que permanecen fuera del campo visual. Magda observa, escucha, espía. La violencia se disemina por vericuetos confusos. Transitando terrenos similares a los que propone Lucrecia Martel en La mujer sin cabeza, la joven de Vigilia en agosto no sabe cómo actuar frente a las verdades que descubre. Hasta que todo ese desasosiego hace síntoma en su cuerpo. “Ni empacho ni envidia. Vos estás ojeada hasta la coronilla”, dictamina una pariente, y le aconseja a Magda colocarse una cintita roja en el tobillo. La explicación esotérica esquiva el esfuerzo que implica asumir y analizar cuestiones más profundas (sociales, políticas, de género). Además no hay tiempo. Ya está todo listo para el casamiento.
Pero por allí circulan otros rastros rojos que parecen enlazarse subrepticiamente mientras el relato avanza: la lana roja de un saco que ocupa toda la pantalla, la sangre de una herida en la mano de Madga, el color de una larga máquina procesadora de granos, el cabello del Gringo. En la película late un terror reticente, escondido, ahogado. El realizador logra mostrar con mucha sutileza cómo funcionan los códigos de la dominación masculina, los abusos de poder y la red de complicidades en esa ciudad. Pero es una pena que la película no llegue a colmar las expectativas que las intrigas habían despertado, como si el relato se acobardara a la hora de enfrentar a fondo esa rendija por donde asoma lo siniestro. Tal como ocurre en Carmen y Lola, el drama de Vigilia en agosto termina algo desdibujado debido a un desenlace poco arriesgado. Así y todo, se trata de una ópera prima más que interesante de un director a seguir de cerca.
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