Hace ya un tiempo le dediqué un post a Psicosis comentando un par de diálogos reveladores del corazón existencialista que alimenta el film, más allá de la evidente malla psicoanalítica y de sus incandescentes virtudes cinematográficas. La clave es que a Norman Bates le creemos. Nos conmueve cuando describe esa “trampa privada” que le impide vivir: la metáfora nos involucra a todos y por eso podemos reconocer en su desolación y en la de Marion una condición universal. Tan sincera resulta la confesión de Norman que Marion parecería estar íntimamente agradecida por haber sido alertada sobre el futuro enfermo que conlleva una existencia en fuga. El error de la muchacha es no irse en ese mismo segundo y quedarse una noche más en el hotel… pero bueno, ésa ya es otra historia. Aunque Mientras duermes tiene mucho de Psicosis, no es mi intención comparar una obra maestra con una película modesta que evita todo delirio de grandeza u homenaje, e incluso tiene argumentos como para valerse por sí misma. Simplemente la cito porque el recuerdo sirve para inferir cuál es la sustancia faltante en la nueva película de Jaume Balagueró. Sí, hay un nutriente esencial en Alfred Hitchcock que se hace extrañar en el film español: esa precisa combinación de acuarelas que permite apreciar lo gris, la duda, la angustia propia de todo ser humano. La diferencia entre personaje y marioneta.
Centrada en el encargado de un edificio de Barcelona, la fábula de Mientras duermes se erige sobre un binarismo perezoso: o sos feliz o no lo sos. Si lo sos entonces tenés que derramar sin parar una sonrisa gigantesca, bailar moviendo la pollerita cuando llegás a casa del trabajo y no alterarte en lo más mínimo ante las amenazas que te manda un acosador. Así se comporta Clara (Marta Etura) en su rutina, un verdadero monolito de buena onda. (Dicen por ahí que esta película quiso adordar el tema candente de la inseguridad doméstica, ¿pero cómo transmitir ese sentir si la mujer asediada es la menos paranoica del planeta?). Pasando al extremo opuesto, si en la tómbola genética no te tocó ser dichoso, entonces quizás seas un psicópata como César (Luis Tosar), que se presenta como “infeliz” apenas comienza el relato, parado al borde de una cornisa mientras explicita su tara psicológica en un monólogo que será repetido y ampliado al promediar la narración. El manual del buen villano se cumple a rajatabla. Al espectador casi no le quedan espacios para interactuar desde la intuición.
No se puede negar, sin embargo, que al seguir al protagonista en su programa de perversiones surgen escenas de suspenso muy logradas, sobre todo aquellos momentos en donde Tosar roza el límite de lo posible, allí cuando la cámara nos secuestra junto a él debajo de la cama y el encuadre agolpa toda la ansiedad sobre el espejo del espía. Estamos pendientes del ojo de la víctima, atados a la vez a ese rostro macabro que se vislumbra entre las sombras azules. En estas escenas -las mejores del film- a Balagueró le alcanza con acoplar los recursos más puros del cine para lucir su entrenado pulso para el género, impresión que se confirma en el tramo final del relato. Claro, antes de llegar ahí hubo que sortear la rigidez de un guión con algún cliché extra añejo (¡las cartas anónimas!) y diversas actitudes impostadas por parte de los personajes, datos que forjan un verosímil endeble que no colabora con el objetivo del realizador de tantear el miedo en un ámbito realista y cotidiano, más cerca de su ópera prima, Los sin nombre, y lejos de los códigos sobrenaturales característicos de sus últimos films (REC, Darkness). Como nos pasa con Norman y Marion, con Catherine Deneuve en Repulsión, con el propio Polanski en El inquilino, en algún momento tenemos que poder exhalar el horror de los personajes, entrar en sus fibras, temblar con su sangre para olvidarnos de que estamos ante una simulación. Esa conexión eléctrica se hace demasiado ardua en Mientras duermes. Los sujetos que la habitan no son mucho más que tenues exterioridades.
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