“En la vida aceptamos cosas que en la ficción consideraríamos inaceptables”.
J. M. Coetzee (“Foe”)
Uno, dos, varios hombres le hablan a la cámara haciendo un breve racconto de sus vidas. Son chinos que huyen de su país perseguidos por la miseria. No queda muy claro a quién le hablan, pero esa voz detrás de la cámara los presiona, les recuerda que deben “tener una historia” si quieren ingresar a Inglaterra. Algo así como un motivo, una justificación, un relato. ¿Algo que convenza o que conmueva a las autoridades de inmigración? La voz sin rostro (¿un traficante?) parecería estar personificando a un policía frente al cual los chinos ensayan un discurso “vendible”. Entonces la cámara se posa sobre una niña que no sabe cómo inventar una historia. Dice que su familia tuvo que ahorrar dinero para que ella pudiera escapar y ahora se ve obligada a trabajar. Dice que ella ya no tiene derecho a existir en China pues su mamá va a tener otro hijo. Pero este drama, su verdad desnuda, no alcanza. No entendemos por qué. Ella debe tener una historia. De nuevo, uno quisiera saber quién está ahí atrás, quién reclama una mentira. El dispositivo narrativo no explica con precisión en qué contexto los personajes vierten sus testimonios. Y la cuestión más llana, la más difícil de aceptar, es que esos seres le están hablando al espectador. Puede tratarse, simplemente, de una provocación, esa clase de trampas de la enunciación tan afines, por ejemplo, a un Michael Haneke. Por cierto, el cine tiene derecho a hacerlas.
Luego de este prólogo comienza la trama central de True North, film británico que se estrenó directo a dvd hace un par de años bajo el título A la deriva. Casi toda la acción se desarrolla arriba de una pequeña embarcación pesquera que representa el único sostén económico para un padre y su joven hijo. Están al borde de la bancarrota, y aunque la pesca se ha tornado un negocio imposible, el capitán se niega a desprenderse del buque, a pesar de los consejos de su hijo, que en el fondo añora una vida más sana para su padre. Una noche el barco atraca en un puerto de Bélgica y allí el muchacho recibe una propuesta: llevar a Inglaterra a un grupo de chinos, escondidos en la bodega. Y entonces ocurrirá lo que imaginamos. Y lo que no imaginamos, también. Con absoluta conciencia Steve Hudson apuesta a la hipérbole, al martillazo irrefutable, y justamente por esto la película fue cuestionada, rechazada sobre todo por su perfil de parábola “aleccionadora”, por sus aires de "castigo". Pero la lección fracasa cuando rezuma arrogancia, cuando se notan los piolines, tal como señalaba hace poco al comentar el film noruego Aguas turbulentas. En True North hay otra estrategia en juego, mucho más inteligente.
¿Cuál es el límite de lo verosímil? ¿A partir de qué punto nos resulta imposible seguir creyendo en una ficción? ¿Acaso existe alguna divina proporción, un número de oro? ¿Por qué impugnar el artificio, entonces? ¿Y cuánto falta para que lo real termine superándolo todo?
El asunto es que todo lo visto en la película podría representar esa historia que la niña china finalmente logró inventar.
O no.
Cada día el mundo se supera a sí mismo en su oferta de estupor. Por eso, como ejercicio cotidiano, uno se resiste a naturalizar el horror. Pero hay ciertas noticias que me anonadan profundamente, que me anulan la palabra y la razón. Y luego el hecho se diluye, se mezcla con todo lo demás, tan solo una noticia olvidada entre tantas. True North también es una película más, entre tantas. Pero aquí hay un plus, pues esto es cine. Y el arte existe para amplificar el alarido, para que no dejemos de oírlo aun cuando la agenda mediática ya se haya fugado a otro puerto.
A la deriva (Reino Unido, 2006)
Título original: True North
Dirección y guión: Steve Hudson
Intérpretes: Peter Mullan, Martin Compston, Gary Lewis, Angel Li.
Editada por AVH
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