Texto publicado en 2009
Esta película se estrenó en Argentina con el incómodo título El primer día del resto de nuestras vidas, que prefiero no utilizar.
Milan Kundera escribió alguna vez que “la vida parece un boceto”, un texto en un cuaderno borrador que no puede corregirse, porque no hay posibilidad de reescritura ni existe un modelo perfecto con el cual comparar lo que esbozamos. Cada día ensayamos partes de una obra que nunca veremos representada en su totalidad. Intentamos aprender de los errores, claro, pero con demasiada frecuencia olvidamos la letra. Y entonces hay que volver a empezar.
Arnaud Desplechin piensa el cine como si fuera el borrador de una película que nunca será. Como si la computadora se hubiera colgado antes de que el editor pudiera guardar los cambios definitivos, la película incluye todas las desprolijidades de lo que sería una primera prueba de montaje. Cual adolescente virgen que debuta en un rodaje, el director se divierte tanteando los efectos de luz, los desencuadres, el falso raccord, la pantalla dividida, la animación, las imágenes congeladas e incluso el cierre en iris, ese círculo ancestral que cada tanto amenaza con devorar la pantalla y dejarnos a oscuras. Es como volver al origen, a la tosquedad de los pioneros del cine, cuando el ímpetu importaba más que la pertinencia dramática, cuando todavía todo era ansiedad y no se sabía qué era lo clásico y qué lo moderno, y una película podía ser apenas una serie de apuntes desperdigados en un papel (la leyenda cuenta que Griffith anotaba sus ideas en pequeños "machetes" que luego ocultaba debajo de su sombrero). Desplechin no descubre el cine (¿o sí?), pero adora tanto la vida que en su entusiasmo primitivo parecería volver a descubrir el encanto de la realidad.
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En el film cada plano es apenas el tallito de otra cosa que germinará en otro lado. La vida como un árbol inabarcable, como el membrillo de Víctor Erice que el pintor jamás podrá emular en la tela, porque hay una verdad que siempre se fuga junto con el tiempo. Tal vez la diferencia entre la vida y el arte no sea más que una fracción de segundo: ese instante en el que uno decide entre permanecer o continuar. Esperar o crear. Llorar o reír. O estas dos cosas a la vez, como sólo sucede en un brindis emocionado. Cine espumante que invita a la catarsis feliz. De eso se trata esta película. Y de cómo asumir la certeza de que así como amanecemos cada mañana, también podríamos no despertar.
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Como también es un tema clave la familia, ese ente cada vez más esquivo a los conceptos ya probados. “La desmesura, la locura, la violencia de esta nueva estructura familiar ha alcanzado límites que no imaginaba. Estamos en medio de un mito, y no sé de qué mito se trata”. Esto le confiesa Henri (Mathieu Amalric) en su carta a su hermana Elizabeth (Anne Consigny), aunque es evidente que la cuestión excede a los Vuillard y apunta a la familia en la actualidad, y por qué no al mito de la humanidad toda como esa gran familia alguna vez soñada por las utopías de la Razón. Ya lo comentábamos hace un tiempo al reseñar el anterior trabajo del director, Reyes y reina: hemos puesto todo patas para arriba y es hora de hacerse cargo. Y los sueños serán sueños, pero no olvidemos que somos responsables de lo que soñamos (Lacan dixit).
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5 comentarios:
Carolina, también yo la postié en mi blog, pero tu crónica es exquisita. Realmente, una película como pocas...
Noemí.
La disfruté en toda su extensión, aún con sus dolores, su realismo y su compleja integridad. De lo mejorcito que he visto en los últimos tiempos. Un cariño
María Teresa
La película de Desplechin se merecía una crítica como ésta: desplechiana. Imposible no sentir la necesidad de encontrarse o reencontrarse con las imágenes de los Vuillard después de atravesar semejante catarsis espumante de ideas y buena forma.
Un placer leerte, Carolina.
Saludos.
Coincido con Hernán: después de leer este post dan ganas de volver a ver la película. No sólo porque es buena sino, sobre todo, porque es de esas plagadas de matices y detalles que siguen ofreciendo sorpresas en sucesivas revisiones. Aunque no conozco mucho su obra me da sensación de que Desplechin, como sostenés en el segundo párrafo, plantea su cine como un borrador pero tiene plena conciencia de ello.
Muy buena crítica.
Saludos
Muchas gracias a todos por los comentarios.
Es raro lo que sucede con ete director. La primera vez que vi "Reyes y reina" mes costó ubicarme en el tono: la tragedia y la pose estilizada parecían las de un autor pretencioso. Incluso me distanció un poco.
Pero volví, una y otra vez. Hasta que uno comprende que solo se trata de un juego sofisticado, un fresco batido de todos los recursos del cine que solo intenta refundar el entusiasmo.
No son muchas las ocasiones en donde una sale del cine y realmente tiene ganas de decir: la vida está buena.
Abrazos.
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