Basado en una pieza teatral de David Mamet, Edmond narra la transformación psicológica que sufre un empleado cuando decide boicotear su apático destino. El film integró la competencia oficial del Festival de Cine de Mar Plata en 2006, en donde su protagonista, William H. Macy, recibió el premio al Mejor Actor. Se estrena en DVD.
Aunque es Stuart Gordon quien firma como director en los créditos de Edmond, todo indica que estamos ante otro producto de la factoría Mamet, ya que junto al notable William H. Macy, en la película aparecen otros actores fetiches del dramaturgo, como Joe Mantegna y Rebecca Pidgeon. Además de sus creaciones en teatro, Mamet también suele dirigir sus propias películas, con algunos títulos muy atendibles como Casa de juegos (House of games, 1987), El honor de los Winslow (The Winsloy Boy, 1999) y Cuéntame tu historia (State and main, 2000). En esta ocasión su tarea fue trasponer una obra de su propia cosecha. El pasaje a la pantalla grande no está totalmente logrado, pero por suerte se conservan sus ya míticos y afilados diálogos, que son lo mejor del film.
“No estás donde deberías estar”, le dice una tarotista a Edmond Burke (Macy) en el inicio de la película. Él es un hombre de 47 años que odia su trabajo de oficina, se aburre con un matrimonio rutinario y se siente encerrado en una existencia banal. Por eso Edmond entiende perfectamente el mensaje de la adivina: necesita libertad. En ese preciso instante decide abandonar a su esposa y lanzarse a las calles de la ciudad en búsqueda de emociones extremas. Intentará llenar el vacío de toda una vida sumergiéndose en una única noche colmada de sexo, violencia y muerte.
Se trata de un relato oscuro y sintético, narrado con buen pulso por Stuart Gordon, director que con este trabajo aborda el realismo por primera vez, ya que todos sus títulos anteriores pertenecen al género fantástico. Cruzando el azar delirante de Después de hora (After hours) de Martin Scorsese, con el resentimiento explosivo de Un día de furia (Falling down) de Joel Schumacher, Edmond es otra película sobre “un hombre común que desciende a los infiernos”, un argumento que hoy casi se ha convertido en una fórmula. Es justamente esta estructura ya transitada por el cine lo que conspira contra el atractivo del film. Y si en las primeras escenas la trama parece insinuante, a medida que avanza el relato se atora en un mecanismo previsible de arrebatos psicópatas: todo vale para el personaje, y al mismo tiempo nada vale. El ritmo nunca se detiene, pero los nutrientes del drama en algún punto se diluyen.
Mamet escribió Edmond para el teatro en 1982, en pleno asentamiento de la era Reagan. La angustia que en aquel entonces podía gritarse en una violenta catarsis, aun con todo el nihilismo que caracteriza a Mamet, hoy parece tristemente naturalizada a modo de resignación en todo ciudadano promedio. Es decir: el Edmond de los '80 todavía tenía resto para reaccionar, aunque fuera de la peor manera, ante el tedio pequeño-burgués que lo acorralaba. Un Edmond como el que pinta este film de 2005 está fuera del tiempo, fuera de contexto. Su desequilibrio debería tener otros matices y rasgos más actuales. Porque el mundo ha cambiado mucho y Mamet no es precisamente de esos artistas que cierran los ojos. Eso sí: siempre será uno de los más escépticos.
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