Goodbye Lenin! centra su conflicto en octubre de 1989 en Alemania oriental, durante los días previos a la caída del muro de Berlín. Christiane (Katrin Sass) es una devota militante del Partido Comunista y tiene dos hijos jóvenes que debió criar en soledad, ya que su marido la abandonó hace mucho años para instalarse en el Oeste. En la noche en que se celebran los cuarenta años de la República Democrática Alemana, Christiane se cruza con una manifestación opositora al régimen y sufre un infarto al ver que su hijo Alex (Daniel Brühl) es reprimido por la policía. La mujer ingresa en estado de coma y en su letargo es ajena a todas las transformaciones que en poco tiempo sacudirán a la sociedad.
Cuando Christiane despierta ocho meses después, los médicos advierten a sus hijos que su corazón está muy débil y que deben evitarle la más mínima alteración. Entonces Alex decide ocultarle a su madre lo que ocurrió en el país y le hace creer que Alemania del Este sigue bajo el reinado del socialismo. Mientras la ciudad es invadida por locales de comida rápida y los edificios se llenan de radiantes antenas de televisión satelital, Christiane convalece encerrada en una habitación en donde familiares y vecinos simulan desconocer las nuevas prácticas capitalistas. Claro que la representación no será fácil de sostener.
Este argumento le permite al film mostrar los efectos que el cambio de régimen político tuvo sobre la vida cotidiana de todos los habitantes del Este, desde los fanáticos acérrimos hasta los más críticos disidentes. Es un acierto del guión haber elegido como punto de vista al personaje de Alex, quien conduce la narración haciendo foco en las insólitas paradojas que surgen del día a día. Estupendamente interpretado por Daniel Brühl, Alex representa a una juventud atrapada entre la fascinación y el desconcierto, forzada a desligarse de muchas supuestas certezas para adaptarse a un sistema diferente que llega con su propio paquete de miserias.
Algunas situaciones simpáticas puntúan el relato, pero en general predomina un tono amargo que se oscurece paulatinamente hacia el final, cuando Alex y su hermana Ariadne (Maria Simon) descubren un secreto en torno a su padre ausente. Al poner en escena ese lazo quebrado por la intolerancia -o por simples arrebatos emocionales disfrazados de fidelidad ideológica- el director Wolfgang Becker logra desentrañar con mucho tacto una de las tantas consecuencias trágicas que la división de fronteras trajo para del pueblo alemán.
No se trata de un ejercicio de nostalgia demagógica, ni de una farsa sobre una concepción política presuntamente perimida. Desde una mirada que sólo en apariencia puede resultar ingenua, Good Bye Lenin! obliga al espectador a preguntarse nada menos que por la solidaridad, esa sustancia tan noble y escasísima que el socialismo exige como indispensable basamento para su concreción. Un planteo que no por utópico deja de ser necesario. Tal vez sea eso lo que impulsa al joven protagonista a mirar permanentemente el cielo, como esperando un milagro, o buscando en los sueños de su infancia alguna respuesta frente al abismo de veloces contradicciones que le presenta la Historia.
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